Las Damas de Chira, guardianas de la tierra

“Queríamos explotar las habilidades que tenemos; era que no nos daban la oportunidad o era que teníamos problemas de autoestima que nos afectaban. Intentamos las cosas sin saber, solo experimentamos. Nos dimos cuenta que podemos cuidar la isla, siempre buscando la integración de la comunidad, a diferencia de los grandes hoteles… Chira es una sola familia y hacemos que todos se beneficien, desde un niño que sirve de guía para alguien que viene buscando el albergue”.

Ellas trabajan sin la codicia de la tradición patriarcal de explotar hasta dejar exhausto un territorio. Aquí no impera la filosofía capitalista del máximo provecho sino la sabiduría femenina del provecho en armonía con la vida, con la naturaleza, en contentamiento con lo necesario. Las mujeres de una isla costarricense preservan su territorio libre de contaminación y de explotación foránea desarrollando un proyecto propio de turismo rural comunitario, ellas son las mujeres de la isla de Chira, en el golfo de Nicoya.

Hace tiempo entendieron y acataron el mensaje de la diosa Gea, una deidad que para ellas tiene el rostro cobrizo de las mujeres de Centro y Sudamérica; se sacudieron de encima siglos de condicionamiento patriarcal que no les permitía salirse del papel sumiso de amas de casa pobres, esposas y madres sin derecho a iniciativas empresariales propias ni menos a opinar sobre la protección del medio ambiente, y ahora son pioneras en lo que se denomina actualmente turismo rural comunitario, respetuoso de la ecología y de la comunidad de la que forman parte.

Costa Rica es un país inusitado para una mirada ajena con un territorio de apenas 51.100 km2 y solo 4.250.000 mil habitantes. La riqueza de sus paisajes variadísimos, permite en pocas horas recorrer desde la altura de un bosque nuboso y tres horas después bajar a cálidas playas de mar azul y arenas blancas, o transitar un bosque húmedo y rumoroso de todo tipo de criaturas y poco después alcanzar un volcán humeante. Por eso el turismo ahora se ubica como una de las principales actividades productivas de un país que se caracterizó en el pasado por su vocación agrícola.

La palabra sostenible juega a dos caras: sostiene y se sostiene. Sostenibles son los emprendimientos de turismo rural comunitario que respetan, resguardan y estimulan la biodiversidad que los circunda: protegen y son protegidos por el medio ambiente. Por ejemplo, su iniciativa estimula la reforestación de un extenso bosque devastado anteriormente por la ganadería y los incendios, ellas integran la brigada de mujeres bomberas de la isla, ya que los incendios son un peligro constante por el intenso calor, también han revertido los efectos de la erosión del suelo y ofrecen talleres de educación ambiental a las nuevas generaciones.

Ellas son heroínas anónimas vencedoras de la arremetida voraz de grandes empresas turísticas, las duras condiciones socioeconómicas de sus vidas, la tiranía de un machismo rural ancestral que las tenía confinadas y subordinadas a los vaivenes de sus parejas. Y al mismo tiempo, la apertura de posibilidades distintas gracias al apoyo de una legislación ambiental ejemplar en el mundo pues Costa Rica es considerado uno de los 20 países con mayor biodiversidad del mundo y su sistema de áreas de conservación protege el 26% de todo el territorio nacional y apoya iniciativas comunitarias o privadas de protección ambiental.

Chira es una isla virgen de megaproyectos turísticos pues no ha sido invadida por construcciones depredadoras ni corrupciones comerciales del paisaje, como las que ahora abundan en los contornos de Guanacaste y el Pacífico Sur de Costa Rica; Chira se mantiene como un santuario natural y comunal habitado por familias de pescadores dentro de una naturaleza espectacular, apoyado por la Asociación Comunitaria Conservacionista de Turismo Alternativo Rural (ACTUAR)

En el claro de aquel bosque silencioso, tres sólidas cabañas se levantan cómodas y prósperas, abriéndose cada una en seis habitaciones con baño. El bosque procura una burbuja de paz a su alrededor. La primera de las chozas fue construida por las mismas mujeres casi sin apoyo de sus familias. Fue un experimento exitoso dado que en la isla no había un solo lugar donde hospedarse. Luego ellas consiguieron ayuda de organismos internacionales y se equipó la cocina para un servicio de restaurante casero.

“Al comienzo solo se invertía, no se ganaba… A los seis meses ya ganaban 500 colones cada una (un dólar, lo suficiente para comprar una bolsa de arroz)”, nos cuenta la joven guía. Hoy en cambio, todas logran mantener a sus familias a partir de éste negocio colectivo.

La Asociación Ecoturística Damas de Chira se fundó en el año 2.000. Todas querían trabajar, buscar cómo sostener a sus familias, salir del aislamiento. Al sustentarse en la gestión y participación local, intégra a la población, distribuye equitativamente los beneficios y complementa los ingresos de las familias rurales; al mismo tiempo promueve la tenencia de la tierra por parte de los pobladores locales.

Sin embargo, como es una tendencia relativamente reciente, ha sido difícil lograr un apoyo decidido y visionario por parte de las autoridades gubernamentales, como el Ministerio de Turismo, más enfocado hacia los grandes desarrollos hoteleros, y por eso aún no se cuenta con datos económicos de los resultados. No obstante, gracias a actividades creativas de proyección y a una red de tour-operadores sensibles, como la mencionada ACTUAR, se va abriendo surco y el de las Damas de Chira es un rotundo ejemplo.

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